PACO VIDARTE
de ETICA MARICA (fragmento)
(...) Política perra. Para que nos vengan con zarandajas de igualdad, de humanidad, de personas humanas, de ciudadanos idénticos en derechos, de un mismo derecho y un sistema legal para todos, de un DNI a la carta, psiquiatras gratis para todas siguiendo por una vía que ya sabemos que es una vía muerta y que por ese lado se han conseguido cosas pero ya no muchas más, preferimos un talante desontologizado, una justicia sentimental provisoria, una simpatía que durará lo que dure, pero que no nos haga comulgar con ruedas de molino. Los discursos fundamentadores , respaldados por cualquier tipo de saber científico, ético o político, nos hacen salir por patas. De entrada ya generan desconfianza. No te pronuncies sobre mi naturaleza. Ni siquiera te pronuncies sobre la tuya, sobre la naturaleza de los demócratas y de la sociedad democrática.
Todas esas afirmaciones se desmoronan al ser contrastadas mínimamente con la realidad y con la historia. No me convenzas de nada. No intentes convencerme de que eres buena gente. Obras son amores y no buenas razones. Prefiero arrancarte un consenso histórico concreto, contingente, coyuntural, en forma de ley y de compromiso de no agresión que nos beneficie hasta que decidáis romperlo, aplicarlo malamente, dejarlo en el olvido, derogarlo. Política del perro: me siento en el suelo, al lado de la mesa, mientras comes. Me zampo todo lo que se te cae, las migas, las cosas que me tiras, los huesos, las pieles, cachos de pan a escondidas, si se te cae algo más grande de la cuenta e intentas recuperarlo del suelo llegarás tarde, ya me lo habré comido, es mi terreno. También muevo el rabo, gimo, pongo cara de gato de Shreck, te doy lástima, ladro flojito, pongo mi cabeza en tus piernas y te miro fijamente a los ojos: ¡Ya está!, ya le he dado pena al imbécil y me ha dado algo. Te encanta tirarme lo que te sobra mientras comes y que yo me lance como un rayo a por ello, que lama tu suelo, que lama tus platos, que esté siempre a tu lado, alerta a ver si cae algo, absolutamente pendiente de ti, de cada gesto, de cada palabra. Te gusta mi sometimiento, mi entrega, mi hacerte carantoñas, mis chantajes afectivos, mi desamparo hasta darte pena, mi dependencia omnímoda, verme babear, lo bueno que soy y lo bien que me porto. Y montas en cólera, gritas como un descosido, no comprendes por qué, cuando te descuidas un solo momento, salto sobre tu plato, meto la cabeza, te robo el chuletón de un mordisco y salgo por patas. Esto nunca te ha gustado. No entra en tu cabeza humana. No sabes ya cómo educarme. Sabes que sé que cada vez que te robo la comida del plato, en vez de suplicarla degradándome como a ti te gusta y te parece propio de un buen perro, me va a caer una somanta palos, gritos, encierros y castigos. Sabes que sé que lo seguiré haciendo siempre. Sabes que nunca vas a comprenderme y acabarás diciendo: por muy buenos que sean y por mucho que los quieras, en el fondo son animales. Política perra. Gemir, dar lástima, pedir, ladrar, dar volteretas, agradar, gustar, hacer compañía, dejarse acariciar, soportar dolor, que te tiren del rabo y de las orejas, robar, estar al descuido, saquear, destrozar el sofá, arañar, volverte y soltar una dentellada, atacar a una visita, agredir a otros perros por el parque, comernos el brazo de su hijo, desfigurarles la cara. No lo comprendo. No sé qué ha podido pasar. Qué desgracia. Siempre fue un buen perro. Hemos tenido que sacrificarlo. Se había convertido en un asesino. Era un peligro público. Imprevisible en sus reacciones. Amo cínico frente a su perro. Política perra. Todo lo que hacemos es para conseguir comida, para tener más espacio, más libertad, más derechos, mejor vida. Da igual la estrategia. Todo vale. La iniciativa es nuestra. Que nadie intente comprendernos ni domesticar nuestras tácticas más o menos acertadas. Que a nadie se le ocurra decir lo que es una marica buena y una marica mala, una lesbiana agradable y respetable o una bollera potencialmente peligrosa que necesita de una licencia esencial, registrarse, ir atada con bozal. Del chantaje al mordisco, del ladrido a la seducción, a la persuasión lastimera. Subyaciendo siempre. el parasitismo, el robo, el sacar lo más posible de nuestros amos en una dinámica de hurto, de pillar por sorpresa, un conflicto entre especies, una lucha del mayor parásito de la sociedad heterosexista, un alien mariquita que pasa por ser el mejor amigo del hombre. Si ellos piensan que los queremos y sise enamoran de su perro: ¡De eso se trata!, de recibir el menor número de patadas y el máximo de recompensa. Puede que haya más estrategias de reivindicación y militancia. Pero ésta también es válida, lleva mucho tiempo sin ponerse en práctica y me parece una actitud irrenunciable que recógelas aspiraciones, el modo de ser, la desesperación, la desconfianza, y el espíritu batallador de una buena parte del movimiento gay, ésa que siempre se ha calificado de «alternativa»; pero tan alternativa es una política de negociación como una política perra. Pues que se vayan alternando.
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MORIR POR EL SECRETO
Publicado en: Volubilis. Revista de Pensamiento. nº 4, Octubre 1996. UNED. Melilla.
Qué lugar ocupa el secreto en nuestras transparentes democracias occidentales? ¿Sigue siendo posible hablar de él en los mismos términos utilizados tradicionalmente en el discurso filosófico, jurídico, político, literario, sociológico, religioso, etc., sin tener en cuenta los refinados dispositivos electrónicos, las técnicas de registro y escucha, máquinas de la verdad para todos los gustos, el acceso a la base de datos del mundo desde el salón de casa, ante los cuales se queda pequeña toda ficción cinematográfica, incapaz de sorprendernos en mayor medida que cualquiera de las noticias de pirateo informático, de escándalos políticos que aparecen continuamente en la prensa? ¿Le queda al secreto otra salida que refugiarse en el mito tan democrático y posmoderno (objeto de consumo presto a ser devorado por los enfervorizados televidentes a quienes, sobresaturados de información, cada vez les resulta más difícil sostener su delirio paranoico del “ojo que todo lo ve sin ser visto” de los “Expedientes X”, “Milagros increíbles” y similares? ¿Es posible o siquiera pensable hoy en día una democracia, unos medios de comunicación, unas instituciones cuyo pilar básico no sea la conjura, el exorcismo de todo secreto por una lógica de hiperresponsabilización del individuo obligado a rendir cuentas, a responder, a decirlo todo ante una ley que no tolera secreto alguno salvo aquél en que ella misma se funda? ¿Sigue constituyendo la custodia, la guarda del secreto en nuestros tiempos un mecanismo de control efectivo, esa ancestral, cuasi mística e inagotable fuente de poder necesariamente presente en el corazón de cualquier institución, secretaria y administradora de unos archivos de acceso restringido? ¿Realmente estamos a tan sólo un paso del saber absoluto en este presunto fin de la historia, con sólo descifrar algún que otro código de acceso a las bases de datos de las centrales de inteligencia internacionales? ¿Se inscriben todos los variados mecanismos de conjura, transmisión y ocultación del secreto en una misma estrategia que los hace equiparables? ¿Están a un mismo nivel de secreto las tres profecías de Fátima que tan celosamente guarda el Sumo Pontífice, los archivos de la CIA o del CESIC, los sumarios de Garzón, el legado de Wittgenstein, lo que quiera que sea que pueda encontrarse en el cerebro del James Bond de turno torturado que no suelta palabra y el pequeño historial de contenidos reprimidos, forcluídos o desmentidos que cada cual lleva consigo a lo largo de su vida y que a duras penas descifra un experto? ¿Hasta qué punto no somos -nosotros los demócratas- herederos de una tradición ilustrada, asediada y obsesionada en extremo por una voluntad de verdad que no tolera ningún tipo de claroscuro, de espectralidad, de acontecimiento inaudito, intangible, pero que al mismo tiempo los necesita y no deja de fabricar una mitología de lo secreto, de algo que ni ojo vio ni oído oyó pero que alguien en algún lugar, en algún momento, supo o sabe, de algo que, en última instancia, Dios sabe qué es y que, con suerte, todos sabremos algún día? Quizá no sea posible saber dónde llegaremos por este camino, o quizá sí lo sea -puede que hasta sea necesario saberlo-, incluso hay quienes proclaman con seguridad saber que ya hemos llegado a donde se podía-debía llegar. Sin embargo cabe preguntarse hasta qué punto las cosas han de ser así por fuerza, si la democracia actual ya tiene ante sí un futuro nada sorprendente, un futuro tan próximo que con dificultad puede distinguirse de su presente o de su pasado, o si, por el contrario, o si, de una manera distinta, hay una democracia por venir en la que el secreto -y el modo implícito presente en él de relación con la verdad como desocultación, con la técnica vista a veces con recelo, otras con euforia, como instrumento al servicio de las Luces, de una Ilustración no periclitada- sea posible de otro modo que el de aquello que hay que fabricar, producir a cada paso para conjurarlo, consumirlo al instante siguiente en la transparencia de un saber absoluto, via pantalla de televisión-ordenador o cualquier otro tipo de mass media diferente, si es que lo hay.
El secreto no es un asunto, un hecho, una actividad, una práctica, digamos más brevemente y sin comprometernos demasiado, una noción, un nombre más entre otros dentro del ámbito socio-político-jurídico, democrático o no, de todos los tiempos. Convencionalmente el secreto implica siempre alguien que “posee un saber” y no quiere revelar a otros que no saben. El secreto es siempre un secreto en reunión y requiere una custodia, una guarda, instituye en su fundación una separación estricta entre la intimidad, la familiaridad restringida de los conocedores y el resto. El secreto siempre es privado. La publicidad lo arruina. Quizá más que situarse en la esfera de lo privado no público, se encuentre en el no-lugar del surgimiento mismo de esta distinción siempre problemática. Es cuando menos difícil considerar lo secreto sin más como una propiedad privada, si antes no se cree en el saber de una cierta verdad y se lo convierte en algo susceptible de ser poseído, de serle atribuídas en propio unas características cualesquiera. En todo caso dejemos esto para otra ocasión, sin antes dejar de señalar aquí que algo parecido se lleva a cabo en una de las definiciones que del secreto nos ofrece el Diccionario de la Real Academia: “Conocimiento que exclusivamente alguno posee de la virtud o propiedades de una cosa o de un procedimiento útil en medicina o en otra ciencia, arte u oficio”. Si unimos esta definición a la más genérica de: “Lo que cuidadosamente se tiene reservado y oculto” venimos a reafirmarnos en la noción de secreto como algo (conocimiento, saber) que sólo es poseído por “exclusivamente alguno”, unos pocos o como mínimo uno, debido al hecho de su estar “oculto, ignorado, escondido y separado de la vista o del conocimiento de los demás... Callado, silencioso, reservado”. Como siempre, nada mejor que acudir al diccionario para hallar allí compendiadas fielmente todas las consignas de una cierta tradición filosófica, metafísica, ópticofonocéntrica, entendiendo por ello el prejuicio fundamental concedido a la visión y al oído como metáforas privilegiadas del conocimiento como la venida a presencia, la manifestación de lo ausente separado por algún tipo de obstáculo, la desocultación de lo escondido, encriptado o de lo que se calla en silencio, la presuposición de unas oposiciones rígidas entre ámbitos perfectamente delimitados: espiritual/material, interioridad/exterioridad, presencia/ausencia, significado/significante. Así habría un modo de secreto para el ámbito del significado espiritual presente a la interioridad de la conciencia vehiculado a través del silencio de la voz y un modo de secreto del ámbito del significante material exterior a la conciencia vehiculado por la cripta, el ocultamiento de la visión. El secreto oral de la conciencia se calla o se dice, el secreto escrito se oculta o se muestra. En última instancia siempre llegamos a la interioridad espiritual utópica de la voz de una conciencia silenciosa que custodia el secreto a voluntad como su (no) querer decir más propio, teniéndolo presente para sí inmediatamente en todo instante. El máximo de privacidad, de intimidad, de interioridad hacen (más) secreto al secreto, siempre amenazado de salir al exterior, de hacerse público, de convertirse en un secreto a voces. En este sentido, el secreto escrito representaría para esta tradición un modo degradado de secreto, una caída en la exterioridad del significante, de la publicidad de la escritura fuera del autocontrol de la conciencia que sólo podrá conservar ya el secreto de lo escrito guardando silencio de nuevo acerca del lugar en donde se halla escondido, del código privado en que se encuentra cifrado el mensaje, etc. El archivo como registro en un soporte exterior significante (escritura, grabación, filmación, disco duro) de un significado cualquiera aparece así como la noción más contradictoria al secreto oral de la conciencia. “Por definición, del secreto mismo no puede haber archivo”[1]. Podríamos decir que el secreto es utópico, ajeno a la materialidad espacial de cualquier tópos afónico exterior al no-lugar que representa la phoné.
Henos aquí pues ante el secreto como el (no) querer decir más propio de la conciencia refugiada en la idealidad utópica de una verdad silenciosa reacia a caer en la exterioridad material del significante. El secreto como la esencia, la realización última, el rendimiento máximo, la culminación, la piedra angular de la construcción del sujeto intencional llevado al límite que se oye hablar a sí mismo en una autopresencia ininterrumpida fuente y origen de toda otra evidencia. Una conciencia que calla como un muerto. Una conciencia que sueña con llevarse su secreto a la tumba. Que prefiere morir antes que revelar su secreto, atragantarse a cada paso con una cápsula de cianuro antes que someterse a un interrogatorio que transformara en gritos su mutismo. Una conciencia asediada de continuo por la posibilidad necesaria de su autodestrucción, de su muerte, para perpetuarse como tal, mantenerse pura. Una conciencia abocada al suicidio, a sobrevivir, a enterrarse muerta en vida para conservar su (no) querer decir. El secreto, también puñal, arma[2], conduce inexorablemente a la autoaniquilación de la conciencia. El (no) querer decir porta implícitamente su propia muerte como su imposible posibilidad. Sólo el silencio anónimo de la tumba está a salvo de la amenaza de la exterioridad pública del secreto a voces. El secreto se constituye así en definitivo arrêt de mort[3] de la conciencia que camina en un difícil equilibrio entre dos abismos hacia los que no puede evitar precipitarse vertiginosamente: “Si vous ne me tuez pas vous me tuez”[4]. Secreto como aplazamiento, detención de la muerte del sujeto que supondría la publicidad absoluta, la transparencia, la caída en la exterioridad de su voz callada. Secreto como sentencia de muerte de ese mismo sujeto que no puede detener su muerte, seguir pensándose como el guardián del secreto, custodio de su (no) querer decir más que inmolándose a él sacrificialmente. Una conciencia que hace posible el secreto a condición de hacerse ella misma imposible. La más fiel guarda del secreto implica estructuralmente la muerte del secretario. El secreto funciona siempre en ausencia de su portador. “Yo estoy muerto”[5].
Secreto como última voluntad del sujeto. Voluntad que llega a su culminación queriendo su propio fin. Economía testamentaria que relaciona al sujeto con su propia muerte como voluntad última[7]. Lo que se guarda en secreto adquiere necesariamente carácter de testamento, anuncio efectivo de la propia desaparición. Testamento que condena a muerte, que, como el secreto, ya no necesita de abajo firmante pues funciona en vacío de modo necesario. “Hace más de 15 años, me vino una frase, como a pesar mío, más bien se me (re)apareció, singular, singularmente breve, casi muda. Yo la creía sabiamente calculada, dominada, sometida, como si me la hubiera apropiado para siempre. Ahora bien, desde entonces debo rendirme a cada paso a la evidencia: la frase había prescindido de toda autorización, había vivido sin mí. Había vivido siempre sola”[8]. Vástago filial que venido al mundo le cuesta la vida a su padre. El secreto implica pues, llevado al límite, la muerte de aquél que, sólo él, en última instancia sabe determinar el sentido unívoco, la referencia, la verdad. Sólo es pensable a partir de la muerte del autor, del padre, de la ausencia de firmante, inscribiéndose así en la lógica de la diseminación como aquello que nunca vuelve al padre, al origen. Mas la ausencia de firma, de referente, de sujeto, no es otra cosa que la escritura[9]. El secreto como (no) querer decir de la conciencia parecía ocultar así violentamente un necesario devenir escritura del secreto. Un modo distinto y singular de concebir lo inconcebible: el secreto escrito, el secreto archivado en la exterioridad de un soporte (no como copia, representación de la voz, lo que suponía una degradación, un alejamiento, un innecesario olvido del original, una destrucción al fin del secreto mismo por hacerse exterior y público, al alcance de todos sin guardianes ni leyes que lo custodien) como la “posibilidad de decirlo todo sin afectar al secreto”[10], un secreto a voces que sin embargo permanece secreto. La marginación, la secundariedad accesoria del secreto afónico escrito, como suplemento innecesario y aún peligroso para la integridad del secreto de la phoné se ve de esta forma subvertida por la lógica misma del suplemento. En efecto, el añadido, lo prescindible y superfluo, el archivo de la voz, viene a suplir a la voz misma que pretendía excluirlo como lo espurio e indeseable. El secreto escrito habitaba ya desde siempre la pretendida interioridad inmaculada de la conciencia silente como su posibilidad más necesaria, el secreto del secreto, introduciendo una escisión tópica en la espiritualidad utópica de la voz-conciencia del sujeto escindido así por la secesión (se-cernere) del secreto como corte, trazo de la différance. “La différance es lo que hace que el movimiento de la significación no sea posible más que si cada elemento llamado «presente», que aparece en la escena de la presencia, (se) remite a otra cosa que a sí mismo... Es preciso que un intervalo lo separe de lo que no es él para que sea él mismo, pero este intervalo que lo constituye en presente debe dividir también al mismo tiempo el presente en sí mismo, dividiendo de este modo, con el presente, todo lo que se puede pensar a partir de él, es decir, todo ente, en nuestra lengua metafísica, especialmente la sustancia o el sujeto”[11]. La característica más esencial de la conciencia es precisamente lo que la hiere de muerte, la divide a cada instante por el espaciamiento, el abrirse paso (Bahnung) del secreto que sólo puede perpetuarse, conservarse, mantenerse en un nuevo abrirse paso, en una nueva escisión, huella sobre huella que no remiten a un origen, a una huella primera presente imborrable, inolvidable como el secreto de la phoné sino a la repetición en el origen mismo de un se-cernere para el que no habría primera vez. El secreto alberga siempre una cierta performatividad instituyente, un abrirse paso hacia lo inanticipable, una invención constante que nada tiene que ver con el anquilosamiento de la autoconstatación del oirse hablar la consciencia en su propio presente inmediato. “Testimoniamos de un secreto sin contenido, sin contenido separable de su experiencia performativa, de su trazar performativo”[12]. El secreto como custodia de la totalidad de un sentido, una verdad acerca del pasado o un futuro profético que alguna vez fue o será presente y que se mantiene oculta por aquél que sabe, va a adquirir en el secreto como escritura una dimensión por completo ajena a la temporalidad del presente inmediato de la conciencia. La escritura en su juego incesante de envíos y reenvíos, de devenires inmotivados de los significantes no sometidos a la vigilancia de una totalidad ideal preexistente de sentido presente en alguna conciencia, excluye la posibilidad de concebir el secreto como unicidad, singularidad irreductible y unívoca de una verdad por sí misma evidente y que por ello ha de mantenerse oculta. No hay lugar para desmistificaciones, pesquisas ni desvelamientos en un secreto sin contenido que se anuncia como heterogéneo al saber, al conocimiento, a la verdad, a lo posible, al juego de transparencias y desvelamientos de los archivos de la democracia, secreto que se anuncia como lo impresentable mismo, como el incalculable porvenir de un cierto apocalipsis que “sólo puede anticiparse bajo la forma del peligro absoluto...lo que rompe absolutamente con la normalidad constituida y, por lo tanto, sólo puede anunciarse, presentarse bajo el aspecto de la monstruosidad”[13]. Una catástrofe apocalíptica por venir que en absoluto podrá ser ya comprendida como desvelación y venida a presencia de la verdad[14], sino como el acontecimiento de un cierto apocalipsis sin apocalipsis lejos de cualquier tranquilizador fin de la historia, de la filosofía, en la clausura perfecta de un saber absoluto donde ya no hubiera secreto, pues la apertura a lo absolutamente otro que representa la escritura del secreto, el secreto ejemplar de la literatura como envíos sin destinatario ni remitente decidibles, sin destino cierto previsible, sin mensaje unívoco, permite y hace necesaria precisamente la insólita posibilidad de decirlo todo sin afectar al secreto, la irreductibilidad del secreto en su devenir escritura (no replegado ya en la violencia de su propia mismidad) como alteridad no reapropiable.
“«He olvidado mi paraguas.»
[...]
Quizá una cita.
Quizá ha sido extraída de alguna parte.
Quizá ha sido oída acá o allá.
Quizá era el propósito de una frase para escribirla acá o allá.
No tenemos ningún medio infalible de saber dónde ha tenido lugar la extracción, sobre qué hubiera podido agarrar el injerto.
Nunca estaremos seguros de saber lo que Nietzsche quiso hacer o decir al anotar estas palabras.
Ni siquiera si quiso algo, lo que fuera”[15].
Quizá una cita.
Quizá ha sido extraída de alguna parte.
Quizá ha sido oída acá o allá.
Quizá era el propósito de una frase para escribirla acá o allá.
No tenemos ningún medio infalible de saber dónde ha tenido lugar la extracción, sobre qué hubiera podido agarrar el injerto.
Nunca estaremos seguros de saber lo que Nietzsche quiso hacer o decir al anotar estas palabras.
Ni siquiera si quiso algo, lo que fuera”[15].
Ahí hay secreto. En (el)lugar de la literatura. Ahí hay literatura. En (el) lugar del secreto. Literatura: escritura del secreto. Donde el genitivo “de” se hace indecidible. Incluso imposible. La literatura indica la emancipación del origen, del génesis de los Libros Sagrados, del progenitor: sólo así es testimonio del secreto de la escritura, de la escritura del secreto. Genitivo objetivo o subjetivo incapaz de establecer una relación de pertenencia, de pertinencia, entre escritura y secreto que a nada ni nadie pertenecen en propio y menos al padre expropiado. Toda relación establecida en términos de propiedad sería impropia y quizá por ello la única posible. Por su imposibilidad misma la más (in)apropiada. Literatura como secreto ejemplar. He olvidado mi paraguas como literatura ejemplar que da testimonio del secreto. Literatura escindida de todo contexto explicativo, omniabarcante, que pudiera fijar un sentido, un significado verdadero, integrándolo en un todo del que formara parte. Literatura escindida del querer decir del autor y de su firma. “Quizás un día, con trabajo y suerte, se podrá reconstituir el contexto interno o externo de ese «he olvidado mi paraguas». Ahora bien, esa posibilidad fáctica no impedirá nunca que en la estructura de este fragmento esté implícito... que pueda a la vez permanecer por entero y para siempre sin otro contexto, escindido no sólo de su medio de producción, sino de cualquier intención o querer-decir de Nietzsche, manteniéndose en principio inaccesibles ese querer-decir y esa firma apropiante. No es que ese inaccesible sea la profundidad de un secreto, puede ser inconsistente, insignificante. Quizá Nietzsche no quiso decir nada o bien quiso decir muy poco, o cualquier cosa, o incluso finge querer decir algo”.[16]
[El secreto escapa a la lógica del (no) querer decir metafísico de la que siempre es(tá) presa una cierta psicología de las profundidades. Es irreductible a la interpretación de cualquier lapsus, acto fallido. El secreto no se desvela por distracción o descuido en el étourdit del psicoanálisis, que no consigue desmontar totalmente el sujeto del secreto y sigue creyendo pese a todo en el secreto del sujeto, reapropiable en una nueva operación que se parece demasiado a la hermenéutica, a nuevos modos de custodiar, interpretar y administrar el secreto. “Legible como un escrito, ese inédito puede permanenecer para siempre secreto; no porque detente un secreto, sino porque siempre puede carecer de él y simular una verdad oculta entre sus pliegues”[17].]
(In)cierto secreto. Siempre se habla de un cierto secreto precisamente por lo incierto del secreto, del acertijo que se sueña con acertar. Y nunca dejamos de hablar de lo mismo cuando supuestamente es de lo absolutamente otro de lo que habría que ocuparse. El secreto parece imponer por decreto una indecidibilidad radical, una tautología-heterología indiscernible. Segregados de un discurso sobre el secreto para siempre, sólo parece quedarnos la (in)discreción de la literatura: la posibilidad (in)discreta de decirlo todo sin afectar al secreto. Condenados a escribir, a hablar del secreto sin secreto. Resto indiscernible como la ceniza misma. Escribir el secreto una y otra vez como el que cierne harina y se le escapa cada vez de entre los dedos. Nada queda en el cernedor de la literatura: “allí donde sin embargo todo es(tá) dicho y donde el resto no es nada -más que el resto, ni siquiera literatura”[20].
El secreto es lo que no se puede discriminar. Resiste a la discriminación, a la segregación más allá de cualquier debe. Cuando se aplasta lo secreto, lo separado, lo otro, necesariamente se discrimina. El secreto no discrimina como tampoco la literatura, siempre necesitada de una cierta no-censura que se haga cargo de su incertidumbre. Lo intolerable siempre es lo incierto. Y el enemigo nunca es incierto. Ni mucho menos secreto. El enemigo no puede ser indecidible. De otro modo no se le podría abatir acertándole de un golpe certero. El secreto pone fin, apocalípticamente, a la política, a una cierta política, a una cierta democracia -constituída a partir siempre de un Libro- para la que no existe lo incierto. Pero es necesario no obstante seguir hablando de política, de democracia, seguir hablando con el enemigo/amigo a partir de la incertidumbre radical de lo indecidible. Sólo ante el apocalipsis sin apocalipsis, la literatura que ya no es Libro, que no desvela ninguna nueva verdad, que no supone el fin, la clausura de ningún saber absoluto que hubiera conjurado el secreto, que por tanto nos deja separados, alejados, apartados de cualquier fundamento, origen o arkhé al que agarrarnos en última instancia para deducir de ahí tranquilizadoras pautas de comportamiento, nuevas casuísticas capaces una vez más de discriminar lo más acertado en cada situación, sólo a partir de este espacio, de este lugar, sólo en este receptáculo, en esta khôra, puede tener lugar, puede haber sido per-donado el lugar, sólo a partir de este per-don como olvido del lugar podremos comenzar a decidir responsablemente, en política, en democracia. Y con urgencia cierta. Quizá, seguramente, decididamente tengamos que comenzar por hablar de lo mismo, de lo mismo que hablamos aquí, de lo mismo que hablamos siempre, i.e., de lo absolutamente otro, del otro sin más: de secreto y de la familia del secreto, de segregación, de discriminación, de crimen, de crisis, de indiscreción, de discernimiento. Siempre está la familia de por medio. La democracia se muere por el secreto de familia. Mejor quizá, la democracia se muere por la familia del secreto, de cernere, de horízô, de khôra. La familia está en crisis. Una crisis que se quiere solucionar por decreto de familia. En la crisis también se discierne un cierto secreto. El fin de la familia es la democracia. Origen de todas las violencias. El fin de la familia es la democracia por venir. También khôra está en crisis. Khôra: espacio intermedio de tierra, trecho, intervalo, emplazamiento, sitio, lugar, posición, situación, categoría, consideración, cargo, país, región, comarca, país natal, patria, tierra, suelo, territorio, propiedad, finca, posesión rural. Khôra, la que da el lugar, con la radicalidad del per-d(on)are, la donación absoluta, el don por excelencia, el per-don, el olvido del lugar. Khôra, la tierra, el país, la nación, la patria. ¿Cómo pensar la violencia de tantos nacionalismos, porque no hay un concepto único de lo que necesariamente es siempre más de uno, siempre se enfrentan al menos dos nacionalismos, la violencia de las llamadas guerras entre hermanos, guerras en familia, si no es a partir de la familia y de khôra mismas, de otra khôra y otra familia, en deconstrucción? Ahí hay cierto optimismo. Quizá. Secreto.
“Lo Uno se guarda de lo otro para hacerse violencia”[21]. Violencia de las instituciones que guardan el secreto, el secreto uno y único frente al otro que también es uno. Violencia de la familia que guarda el secreto y se guarda del secreto, de su segregación, de su disolución. Sujeto que se hace violencia en la guarda de su secreto, violencia asesina para con el otro, violencia suicida en su autoinmolación. Religiones que guardan su secreto fundamentalis(i)mo. Puede quizás, seguramente no, siempre cabe la incertidumbre, que todo responda a la violencia que se hace la familia del secreto, de khôra. El padre, la madre, el origen, la raíz, (cernere, horízô, khôra) se hacen violencia. De este doble gesto violento (hacerse violencia lo uno a sí mismo y transformarse lo uno en violencia frente a lo otro) y de lo inanticipable de sus consecuencias nace una incontenible pasión por la democracia. Una pasión que no es mártir de ninguna fe, de ninguna verdad. Una pasión por el secreto. Quizá. Mas puede que no haya lugar siquiera para decir esto, todavía. Son demasiados los ilustrados, los iluminados, los fanáticos del apocalipsis de la buena conciencia, los desmistificadores, cernícalos en ciernes, que aún se creen capaces de discernir, buscar, desenmascarar, desvelar y sacar a la luz la verdad escondida en el testimonio de la literatura, en este nuestro testimonio literario en el que confesamos sin tener por qué hacerlo ante los que saben, los que desde siempre han sabido, una desmedida pasión por el secreto. La confesión llega tarde, dirán. Y aún se atreverán a publicar y a traducir lo intraducible del secreto: “Vuestra pasión por el secreto -que escribirán sin la inclinación, sin ese desafío a la verticalidad, a la rectitud que supone la cursiva, ese aborrecer el origen, el sentido unívoco, el padre, que inscribe la bastardilla- nos es desde hace tiempo conocida. La deconstrucción como pasión por el secreto: la deconstrucción como oscurantismo”. Quede por tanto nuestro testimonio en secreto de confesión, tan cerca y tan lejos de la literatura.
Francisco Javier Vidarte Fernández, conocido como Paco Vidarte, (1 de marzo de 1970 - Madrid, 29 de enero de 2008) fue un filósofo, escritor y activista gay (LGTBQ).
Licenciado en Filosofía (Premio Extraordinario de Licenciatura) por la Universidad Pontificia Comillas (UPC, Madrid), Máster en Teoría Psicoanalítica por la Universidad Complutense de Madrid, y doctor de Filosofía (Premio Extraordinario de Doctorado) por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) el 27 de noviembre de 1998 con un trabajo sobre Jacques Derrida.
Desde 2002, Vidarte era Profesor Titular del Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía de la UNED. Impartió cursos y seminarios sobre teoría queer, Derrida y pensamiento francés contemporáneo. Escribió y tradujo más de 20 libros y artículos sobre estos temas. Participó en ponencias, congresos y seminarios filosóficos internacionales
Vidarte era uno de los pensadores más respetados a nivel internacional sobre la obra de Jacques Derrida. Además, Vidarte fue el primero en llevar a la universidad los estudios queer. Después de las reformas legislativas del Gobierno socialista en España, centró sus esfuerzos en transmitir la idea de que la lucha del movimiento LGTBQ no acababa con el matrimonio. Ética marica, su último libro y escrito en menos de 3 semanas, es un intento de mantener vivo el movimiento LGTBQ.
Murió en Madrid el 29 de enero de 2008 de un linfoma (cáncer del sistema linfático) asociado con la infección por VIH.
Si algo así como una Ética LGTBQ es pensable y deseable, ha de partir del hecho de que la lucha contra la homofobia no puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha contra la homofobia sólo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación. Repito. No por caridad. No porque se nos exija ser más buena gente que nadie. No porque tengamos que ser Supermaricas. Sino porque la homofobia, como forma sistémica de opresión, forma un entramado muy tupido con el resto de formas de opresión, está imbricado con ellas, articulado con ellas de tal modo que, si tiras de un extremo, el nudo se aprieta por el otro, y si aflojas un cabo, tensas otro. Si una mujer es maltratada, ello repercute en la homofobia de la sociedad. Si una marica es apedreada, ello repercute en el racismo de la sociedad. Si un obrero es explotado por su patrón, ello repercute en la misoginia de la sociedad. Si un negro es agredido por unos nazis, ello repercute en la transfobia de la sociedad. Si un niño es bautizado, ello repercute en la lesbofobia de la sociedad”.www.jacquesderrida.com.ar/comentarios/secreto.htm
Vidarte, de: Ética Marica, Egales, Madrid 2007, p. 169