Alicia
Gallegos
El corte
siempre es definitivo
Apuró el paso. Se soltó el cinturón del impermeable.
Comenzaba a sentir calor y palpitaciones.
Con unas pocas zancadas cruzó sin mirar a los lados,
se guiaba por los sonidos, podía haberlo atropellado una silenciosa bicicleta. Por
centésima vez comprobó que estuviese la navaja en el bolsillo trasero del
pantalón H&M.
A esa hora el Boulevard Saint Germain estaba bastante
despejado.
Pensó y trató de recordar si se había echado unas
gotas del Good Girl by Carolina Herrera. No lo recordada. La cuestión no tenía la menor importancia.
¿Quién iba a notarlo? Se estiró el cuello de la camisa hasta donde pudo para
olerse. Sí. Lo había hecho.
En la puerta de Laurent Dubois, sintió que iba a
desfallecer.
Sabía sin embargo que no iba a pasar nada.
Nada nuevo. Lo de siempre. Pero esta vez con la
navaja, todo sería diferente. El cambio que pensaba concretar era importante.
La psiquiatra le había recomendado que actúe, que apresure la acción y que no se detenga en el pensamiento. También le dijo que observe sus fantasías y que las lleve a cabo. Le recetó clonazepán sin preguntarle si ya lo había tomado antes ni qué efecto le hacía. Esa mujer era absurda además de ridícula. Pensarla solamente le hacía sentir ganas de vomitar. Llevar a cabo algunas de sus recomendaciones era apenas una forma de vengarse. Sabía con certeza que todo iba a salir mal y que al final ya nada podría repararse.
El tipo de la charcuterie se lo había explicado muy
gráficamente hacía unos días: El corte siempre es definitivo y el tajo
inevitablemente deja huellas. Lo que se corta nunca volverá a ser como antes.
Entró. No fue necesario sacar número porque no había
nadie. No tenía tiempo para arrepentirse. Del otro lado del mostrador estaba
ese joven portugués que ya lo había atendido antes y del que ahora no recordaba
el nombre. Señaló la horma de brie, una grande de 3 kilos.
Todo empezaba a desdibujarse. El vendedor le dijo algo
que ni escuchó. La boca se le secaba. Comprobó otra vez. La navaja estaba en su
lugar.
Pagó en efectivo sin esperar el vuelto y salió.
Tenía que caminar bastante para llegar a los Jardines
de Luxemburgo, buscar un banco, abrir la bolsa, sacar la navaja, comerse los
tres kilos de queso, sin hablar, casi sin respirar, sin una copa de vino, sin
un trozo de pan, sin un gato que lo acompañe. Esta vez no iba a cortar el queso
con las manos, tenía la navaja, todo sería más prolijo.
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