algunos poemas de
CANCIÓN DEL SAMURAI
Mosca en Iwo Yima
Y bien, aquí por fin - sajado por el vientre
en un pozo de carne - frente a la noche que llega.
Mas no todo lo real - fuera amargo, ni caos
el resplandor brutal - de la belleza. ¿O fue
bajar de los barcos, - injuriando entre la horda
burda de los borrachos, - un esplendor incierto?
¿impreciso, ese miedo - contra el ávido humo
de los otros, humanos - como vos y más que vos?
Nada de este cielo ajeno - se me aparece ajeno
ni siquiera esta mosca - que zumba igual que un tanque.
Y es una voz tan tierna, - familiar, lo que llega,
un jolgorio de hijos - y extraordinario amor.
Quiero apurar el fuego - final de mi tabaco:
el día se fue viviendo con furia
atado
a las explosiones
de la tierra,
barro
de oro
hacia las estrellas...
Cediendo en Baltimore*
Calme bloc ici-bas chu d’un désastre obscur
S. M.
A garrote llovido - tanta golpiza pule
tu sonrisa deforme.- Estás cayendo a tierra
como si lo desearas, - a la borra del día.
Pero qué más, entonces, - con la rígida furia
de lo real. Está visto: - no todo fue bajar
de los trenes, buscando - el sol de la palabras,
algo más agrio y ruin - había en la taberna
donde el azar ocurre. - Y por qué todavía
seguir en el umbral - de la noche más pura.
Las manos de Virginia - no pulsarán de nuevo
tus mejillas ardidas - y aun esa vieja culpa
ya clausuró el milagro - para tu honor sombrío.
Cada puño en el aire - es un latido absurdo,
otro chasquido inútil.
Vengan recuerdos, pasen - ahogándote en hilera
pero que el suelo llegue, - a vos, que fuiste huyendo,
en vano huyendo siempre - de la imaginación.
para Eduardo Méndez.
*Por alguna razón, Edgar Allan Poe que iba a Filadelfia bajó en Baltimore. Sus pies lo llevaron a una taberna. Allí se produjo un altercado y le pegaron duro hasta dejarlo tendido. Fue su última noche. Jamás llegó a Filadelfia.
Coro
La prolijidad, desdichado lector,
no se corresponde con la índole
de mi carácter. Me maldispone
trabajar de prólogo (amén
de este atavío arlequinesco).
Digo: como pueblo
soy una caricatura del primer mundo.
Debiera componer un mundo, ¿no?
Ahora salgo para advertir una razón:
la melancolía no era el único pasto
de las aves. Comedia o no,
cada quien arrastra el trayecto de su risa.
Lo supo Aristófanes, frente a la amargura
ateniense; y el inefable Fidel Pintos,
cuya fealdad sin palabra
nos consolaba de nosotros mismos.
Está dicho: para un pueblo joven, lo risible
compromete innumerables músculos.
La última de Vito Nervio
Una mañana de un día cualquiera
descubriste tu condición de cómic.
Se te ablandaron los puños, Vito:
el orden inmortal no te correspondía.
A más –y esto es lo grave– tu jopo
de rudo cocoliche estaba tan atado
al vaivén de otra mano maestra
como los mohínes de tu misma cara.
Ya era inútil buscarse en los espejos
del papel y la tinta; sin misericordia
el tiempo te derretía y cobraba peaje.
Sombra, afán, ahora comprendías
que el adversario es infinito. Y no bastan
tu sagacidad y trompada de acero.
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